domingo, agosto 01, 2004

Peces de colores

Ahora mismo me siento como uno de esos peces de colores que compras en cualquier tienda de animales; esos que se ven atrapados por una red (normalmente de color verde tal vez una especie de sarcasmo eso de otorgarle el color de la esperanza a una red), y que boquean durante tres o cuatro milésimas de segundo mientras el dependiente los mete en una bolsa de plástico llena de agua. Y alguien con la cartera preparada en la mano, la aprieta, sabiendo que en pocos segundos esa bolsa con vida encerrada en su interior será suya, es más ... esa pequeña vida que esta prisionera le pertenece, y por un momento se siente grande porque para ese pez es un dios y todo su mundo depende de él. Si quiere se convertirá en un cómplice que lo mirará todas las noches al llegar del trabajo con una sonrisa en los labios, o quizás lo regale a un niño que se divertirá estampando juguetes en el delicado cristal que lo separa del pez, o simplemente podrá tirarlo al retrete en cuanto llegue a su casa, ¿por qué no? ese pez nació sin libertad en una pecera con un precio marcado en su esquina superior. Es suyo y de él depende su vida. Da igual si el pez muere al tercer día de vivir en una bola de cristal de 25 cm, lo importante es que ese pez nunca será libre. No nació libre, y morirá sin saber lo que es libre. ¿Y a quién le importa la libertad de un pez? A ver, os entiendo, llevo escribiendo un rato sobre un maldito pez y ni siquiera me gustan los anímales, es más no sé la razón por la que he terminado hablando sobre él ni haciendo un alegato sobre los derechos básicos de un pobre y colorido animalito de pecera.
No os asustéis, no tengo pensado hacer una pancarta ni pintarme en la frente el lema de Green Peace. Lo que quiero decir, es que a veces mire a donde mire, solo veo un pequeño trozo de cristal, que delimita mi mundo. Y choco contra las paredes de mi cárcel-vida... y cuando miro más allá del vidrio veo a personas que aprietan sus manos secas fuera de esta pecera, mirándome como si yo sólo fuera un pez de colores. ¡Que alguien me diga de una maldita vez que no soy un pez de colores o acabaré volviéndome aún más loca de lo que estoy!.
Me acabo de mirar al espejo y no soy un pez. Algo que me quita cierto peso de encima, porque detesto los peces (extraña mi elección para esta comparación cuando ni siquiera me despiertan ternura). Sé que no estoy encerrada en una pecera, aunque me gustaría tener ese baúl que suelta burbujitas para esconderme en él durante al menos un instante de mi vida, debe ser muy relajante... creo, aunque nunca se lo pregunte a los peces de mi hermana.
Vayamos por partes, al parecer no soy un pez, y soy libre (lo libre que puedo ser en una sociedad demasiado preorganizada)... y sé que hace mucho calor y que divago. También sé que mis vacaciones se esfuman, como las falsas burbujas se escapan del dichoso baúl, las pompitas que me regalaban felicidad; y que las personas que miraban desde fuera se asustaron de mí, cuando pegando mi boca al cristal les dije que aunque me atrapasen en una red verde jamás les pertenecería.
Y también sé que la próxima vez que pase por delante de una tienda de animales, me acercaré a uno de esos peces de colores y brindaré con él, por sus burbujas y por mi libertad.

29 de Julio de 2004


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