La ventana, empañada. Y yo al otro lado mirando expectante.
¿Expectante? Harta... cansada de mirar y mirar, y lanzar piedras al río para ver el dibujo sobre el agua. Nada... no ocurre nada. Mañana volveré a tirar piedras que
caerán como una losa hasta el fondo y un día, pasará... llenaré el río de piedras, de losas y se quedará seco como yo. Inerte. Muerto.
Y las piedras... qué haré con esas piedras? Mañana tal vez construya un puente desde el que arrojar ese mañana que nunca llega. Esa esperanza
desesperanzada, lastrada por mis propias ansias de ilusionarme, por la maldita costumbre de darme de bruces con una realidad más terca que yo.
Una realidad podrida, sucia, una realidad... real.
Y odio el cristal de esa ventana que se empaña, y la mirada triste que me devuelve mi reflejo en él. Y odio la verdad oculta detrás de cada esquina, esa verdad que acaba
apuñalándome las sienes cuando intento soñar.
Tengo tanto miedo a que la vida sea esto... que empiezo a asustarme de las pocas ganas de descubrirlo que tengo.