Se acercó mirándole con el temor de ser rechazada. Él distante y con la mirada dormida.
Tomó aire y se atrevió a abrazar su cuerpo helado, su piel fría, sus brazos inmóviles. Lentamente le besó y sintió su cuerpo derretirse en aquel beso sin importarle que él siguiera con la mirada distante y el cuerpo inmovil, recordándole que no era ella la destinada a hacerle vibrar. Aún así rodeo con sus brazos el cuello y se despidió con lágrimas en los ojos.
Bajó del pedestal y se juró no volver a amar una estatua de marmol.
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