lunes, julio 25, 2005

Amanecer

Dejó de respirar. Dio otra vuelta entre las sábanas y al tocarle se obligó a dejar de vivir.

Llevaba horas rescatándose entre pesadillas constantes, en las que sus ojos no eran suyos y su boca le pertenecia a otros. La voz que emitía era tan debil que no se escuchaba... se veía.

Con el rostro amoratado, las manos confundidas, y aun su sabor entre los dientes se despidió ópaca y gris de las arrugas que dejaba en la cama, de la forma de su cabeza en la almohada... del calor del cuerpo que dormía ajeno al adios con el que una vida se apagaba a su lado.

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