Sube.
Sube el agua del charco sucio hasta mis ojos. Los mancha. Los tiñe. Los borra.
Y el verde se vuelve gris. Y el gris blanco.
Y ya no miro, ni veo. Sólo adivino. Y mis labios sonríen.
Y la estrella pintada en el suelo se hace gigantesca, como la hoguera, como el fuego eterno que tengo bajo mi piel, como la fuerza que me hace y me crea.
Y el cielo se nubla, porque no lo veo pero lo huelo. Como la tierra mojada, y la hierba que mis pies descalzos aplastan. Como el agua que me rodea y me abraza.
Brazos sin piel, y manos de cien dedos. Y el fuego crece desafiando al cielo.
La hoguera asciende, me rodea, me acaricia, me devora.
Mi cuerpo mojado se seca, mis ojos blancos arden. Final y principio.
Y no hay cenizas de las que levantar el vuelo.
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