domingo, septiembre 05, 2004

Mar Adentro

Ayer acudí a una sala de cine practicamente vacía para ver la nueva película de Alejandro Amenabar. En realidad me gusta la manera de contar historias de este joven director; me gusta la manera de salirse de su propia personalidad y adentrarse en vidas ajenas del protagonista Javier Bardem y sobre todas las cosas, creo firmemente en la elección personal de cada uno de los momentos de nuestras vidas.

Cuando entre en la sala, pensé que saldría llorando sin parar... no lo hice, me emocioné en un par de escenas, pero la mayor parte de la película me la pase sonriendo. He leído numerosas críticas de medios de comunicación que consideran que Amenabar, santifica o trata de hacerlo a Ramón Sampedro en la película, no creo que eso sea cierto. Otros medios simplemente aseguran que Sampedro fue una marioneta en las manos de asociaciones pro-eutanasia, que le arrojaron primero a la luz pública y luego al suicidio, para lograr un fin concreto. No sé que sabe esta gente de la vida de Sampedro, pero no era imbecil, ni un "suicida palestino" como leí en alguna que otra web claramente catolicista.

Sampedro sólo lucho por su derecho a tener una vida digna... y eso le llevó a la necesidad de luchar por una muerte igualmente digna. En un momento de la película, Bardem/Sampedro pide simplemente que no le juzguen que él no juzgaría a los demás. Y me dio la impresión de que este país le juzgó entonces, y vuelve a juzgarle hoy a través de una crítica moralista.

Más de dos horas de película. Buenos actores. Buena música. Buena fotografía... y una historia real, cruda porque así lo fue. Un hombre que se vio respaldado por un sector muy importante de la sociedad española, pero que vio como los tribunales de un país laico se escondían detrás del inmortal miedo a ser condenado en uno de los numerosos infiernos ideados por el hombre.

Pero la realidad fue esta. La realidad es la que expresa la película, aunque duela, aunque de vergüenza concienciarse de ello, aunque simplemente les joda a los que otorgan a "su dios" el papel de dador y quitador de vida. Ramón Sampedro vivió más de 25 años pegado a una cama, vivió deseando una muerte que le otorgara la dignidad que creía perdida. En ningún momento, juzgó indigno vivir para el que quiere vivir, sea cual sea su estado, pero sí reconoció indigno obligar a vomitar vida a quien ya no lo desea.

Es más, no entiendo quiénes somos nosotros para obligar a nadie a nada. Creo que debemos tener libertad para elegir tanto nuestra forma de vivir, como nuestra forma de morir... sin que nadie decida qué está mal y qué es lo que está bien. Al margen de éticas de catecismo infantil, y de estupidas fobias a la muerte. La muerte llega para todos, antes o después, y en ese camino hacia la muerte tenemos derecho a ser felices. Sampedro no lo era, y hay demasiada gente que se empeñó en condenarle a su no-vida.

El resultado, un suicidio con cianuro. Una muerte dolorosa, tremendamente dolorosa, que precisó de alguna que otra mano amiga,para conseguir darle por primera vez durante esos más de 25 años, la dignidad que él pidió a gritos... para lograr simplemente lo que él decidió: morir.

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