domingo, marzo 26, 2006

Vino y pesimismo

Tenía 14 años y le dije a mi madre que ya no quería estudiar medicina, que el sueño de ser pediatra se había quedado en el cajón de las muñecas junto a la ropa que jamás volvería a ponerme. Mi madre me dijo seria, intentando darle trascendencia a lo que yo dijera "y qué quieres ser?"... quiero estudiar ciencias políticas. Y ella perdió la trascendencia para enmudecer.

Al año siguiente estaba tramitando mi entrada a un partido político en el que duré dos semanas, porque sus carteles no me parecían política. Política era otra cosa.

Con 18 años con los papeles de la universidad en la mano, tuve que elegir varias opciones que estudiar y la primera no fue ciencias políticas... la primera fue historia del arte, y mi madre volvió a enmudecer. No me preguntó el por qué, las dos sabíamos la razón.

No servía, no sirvo. Me enfado, a veces lloro cuando algo me parece injusto y la impotencia me incendia la garganta, no entiendo de colores, ni de fronteras, y me da igual defender hoy a los marroquís que vienen a buscarse la vida, que censurar mañana a los que crean guetos en el Albayzín. No creo en los colores rotundos ni siquiera en un cuadro de Tiziano.

Odio la tibieza, mucho más que cualquier otra cosa en el mundo. El conformismo, las personas que miran a otro lado, las que no se implican. Odio el pesimismo cuando algo parece que puede cambiar.

Anoche mi hermana dijo "nadie da nada por nada" y por una milésima de segundo la creí y me detesté por eso. Fue el vino... hoy no la creo.

No hay comentarios: