Un día se levantó de la cama con las manos vendadas y los ojos tapados por nidos de escorpión.
Un día despertó con sus labios cosidos con hilo de cobre y los pies clavados a la madera de un arbol terminandose de pudrir.
Un día amaneció con los oidos sellados por yedra carcomida y el cuerpo encadenado con espirales de hierro oxidado.
Un día sintió sanguijuelas en sus venas y boas engullendo sus visceras.
Un día se sintió muerto pese al dolor, el asco, la impotencia, el desconcierto, la agonía, la soledad... y deseó vivir.
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