Se retorció sobre su propia sombra, miró hacia atrás y le vio. Demasiadas canas en su pelo, le regalaban los años que aun no había terminado de vivir; sus ojos cansados, vidriosos, parecían no tener aun definido donde querer mirar, ni siquiera si querían mirar algo ya.
Siguió caminando, deteniéndose en cada esquina para buscar esos pasos cansados unos metros por detrás de los suyos... y siempre los encontraba. Unos pies que arrastraban mas amargura que años, mas soledad que amargura, mas miedo que soledad...
Giró la última esquina antes de adentrarse en el portal de su casa, miró hacía atrás y no le vio. Sepultó esos ojos cansados, entre pensamientos compasivos y lástima de saldo.
Se dejó caer en el sillón vencido, sin saber que el sillón estaba menos derrotado que él, miró su reflejo en el cristal de la mesa y reconoció los ojos vidriosos... que le perseguian, caminó arrastrando sus pasos hasta el balcón, se regaló una sonrisa (la primera en años) y dejo que su cuerpo le arrastrara hasta besar el asfalto con su sangre.
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