Empieza el día. Llevo 7 horas tendida en una cama en la que cada día me cuesta más dormir. Se me anudan las sabanas a los pies y me caigo en ella como si fuera mi propio ataud, pero no muero. Pierdo las pocas fuerzas que me quedan por descansar y me cansó más por arañar la almohada con mis dientes.
Las golondrinas ya no están junto a la ventana. Marcharon. Puede que el camino no este tan lejos como soñé aquella vez. Y el frío... dónde se esconde esta mañana derretida de julio?
3 comentarios:
Si eso no es vagancia...
¿siete horas y sigues ahi?
Al menos te queda la piscina, sirena.
Sé que muchas veces las camas nos odian y hacen lo imposible por no dejarnos descansar.
Y puede que tú no te reconozcas, pero nosotros, los que te leemos, si sabemos quien eres: Gaddira, la de siempre :)
No tienes la patente, ya sabes. También quiero vomitarme y llorar, pero sólo de vez en cuando, que ya no estoy para esos trotes.
Aunque no te lo diga a diario, sigo pensando que lo tuyo es escribir. Trenzas dixit.
:)
Un abrazo grandísimo, preciosa.
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