Las lunas infinitas que palidecen con sólo mirarnos.
Tan amplios, tan soberanamente impertinentes, crápulas y canallas, poetas y asesinos de versos, devoradores implacables de hojas en blanco que transformábamos en cualquier cosa que necesitáramos escupir.
Terribles y mezquinos, soberbios e irreverentes. Torcidos y zurdos. Rebeldes adheridos a cualquier causa que nos levantara el estómago y nos hiciera vomitar.
Sinceros hasta el dolor ajeno, y el propio. Autocompasivos sin compasión. Odiando al pasivo, al que se deja arrastrar, a los muros, a las líneas pintadas en el suelo, a los colores que ondean en trozos de tela, a los himnos, a lo limitado, a lo aburrido, a lo pactado.
No... nadie dijo que crecer significara negarse.
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